¿ACTUAMOS YA O LO SEGUIMOS DEJANDO PARA MAÑANA?

Claudia Möller [Doctora en Historia] | Zaragoza, España
ilus: David Moller
Cuando la dirección de Versavice me propone reflexionar brevemente sobre la independencia, lo primero que hago es recurrir al diccionario de Latín, y ver su definición: independencia: “libertas- atis”, libertatis, libertad… y como buena argentina, resuenan en mis oídos las estrofas de nuestro Himno nacional: “libertad, libertad, libertad”…. Y claro, cómo no, recuerdo a “Libertad”, el personaje de Quino. Pero inmediatamente una tormenta de ideas me invade y una imagen tragicómica viene a mi mente. Estamos en la Plaza de Mayo, en la Casa Rosada, corría la década de los ´70, y ante una multitud enardecida, un político “de cuyo nombre no quiero acordarme”, parafraseando a Don Quijote, cierra su discurso diciendo: “¿Qué queremos los argentinos? ¿Libertad o dependencia?” Y responde: “Ya hemos elegido: dependencia”. La muchedumbre estalla en una desbordada algarabía. El político, se da la vuelta, según lo recogen las cámaras de aquel entonces, y se lleva las manos a la cabeza: se había equivocado en la respuesta, pero la masa no se había dado ni cuenta. Entonces la reflexión primera es ¿Se había equivocado de verdad? ; ¿De verdad la muchedumbre no se había dado cuenta, y dio por sentado que la respuesta era “libertad”, y ante tanto ruido y emoción no repararon en la respuesta real? ¿O les había traicionado el subconsciente, a ambos? Pues eso ahí queda: es una primera cuestión para pensar.
Entonces, otra idea se interpone, independencia… claro: la “Declaración de la Independencia”. 9 de Julio de 1816: la casita de Tucumán… y todos (bueno, nuestros “representantes”) en caravana hacia el “Jardín de la República” para firmar un acuerdo. Queríamos ser libres y romper las cadenas que nos unían al Imperio español. Por tanto, me paro un momento a ver lo que etimológicamente quiere decir independencia, y encuentro que lo más preciso al respecto es su sentido negativo: ausencia de relaciones o vínculos de dependencia. A estas alturas la reflexión se complica: independencia, dependencia, libertad… Y aquí viene el problema, tal vez estemos ante un concepto que se presta a equívocos y vaguedades, lo cual puede convertirlo en inservible. Pero el problema no es tanto que el concepto sea o pueda convertirse en inservible, sino que la cosa a la que se hace referencia, no sirva, y si no sirve, no se utiliza, y como consecuencia, no se aplica, y por tanto… nada de independencia. Ergo: dependencia y lo que es aún peor: falta de libertad.
Podríamos reflexionar sobre la libertad de los países, de nuestro país, pero es una reflexión macro, que en realidad mucho no me gusta, entre otras cosas porque con ello se tiende a generalizar y como consecuencia a cometer errores seguros. Me gusta más el método capilar de Foucault: empezar por mirarme a mí misma, a mi alrededor, y a continuación ir ampliando el espectro. De la suma de todos nosotros resulta el todo, y este todo sí que puede ser más claro, cuando al observarlo, nos informa sobre cada una de sus partes.
Está claro que la libertad es un derecho, el primero conseguido en la Revolución Francesa. Nadie duda de que hemos nacido en un mundo libre, al menos se supone que así lo es el occidental y cristiano. Pero también ha quedado meridianamente claro, que esa libertad tiene un precio. Y si entonces esa libertad se compra, pasa a ser un bien de consumo, o un derecho pero potencial, y únicamente para quien pueda comprarla. Y si no pensemos: somos libres, “indiscutiblemente”, pero qué hago con mi libertad, si para moverme de aquí a 20 kilómetros, necesito tantas cosas que no tengo, por falta de dinero, generalmente, que no puedo hacerlo. Esto no deja de ser tremendo: soy libre, sí, pero no puedo ejercer mi libertad. Otra cuestión para reflexionar. ¿ser, parecer o tener?
Así, la cuestión no es el concepto, el problema es la existencia en la realidad de ese concepto, el ejercicio de ese concepto, el hacer vivo a ese concepto. No me interesa tanto poseer la independencia, y mucho menos parecer que la tengo, como ejercerla. Pero insisto, creo que además, el gran problema es que la independencia, de las personas y de los pueblos, tiene un precio, y ahí está nuestra historia argentina, pero también la historia del mundo para demostrárnoslo. Entonces, la otra cuestión es ¿debemos pagar por nuestra independencia, por nuestra libertad? No se han parado a pensar por qué nuestros héroes de la independencia, no sólo los de 1816, también los que lucharon antes y después por ella, terminaron en el exilio y ¿en muchos casos hoy criticados o denostados? A mí misma, sin ser ninguna heroína, me han intentado cobrar un precio bastante alto por mi libertad y por mi independencia. En pleno siglo XXI, bajo supuestas garantías democráticas, en la universidad argentina de hoy… me he formado, y me he ido fuera a estudiar, apoyada por un Estado argentino que invirtió en mí. Y cuando regresé ¿qué me encontré? Una cesantía firmada por el decano de mi facultad (Rodolfo Rodríguez, por favor, quédense con ese nombre, por las dudas). Creo que tal vez por haber construido y no comprado mi propia libertad, y por ello intentó ponerle un precio, que me negué a pagar, y como consecuencia no me quedó otro remedio que recurrir al exilio. “Fuga de cerebros” lo denominaron… qué barbaridad!, recursos pagados con dineros argentinos, ahora lo disfruta el llamado “primer mundo”. Y tuve que irme: “qué suerte”, dijeron algunos; “vendepatria”, pensaron muchos… Y sí, y me fui “libre e independientemente”, lejos de los que quiero, y metiendo en una maleta, que no podía pesar más de 70 kilos, 30 años de mi historia. ¿Alguien puede, entonces, seguir pensando que por ser independiente o libre no se paga? Yo al menos, y es mi caso particular, he pagado, sigo pagando y creo que nunca dejaré de pagar el alto precio que en nuestro país tienen esos conceptos de independencia y libertad, por los que tanto han luchado nuestros antepasados. Creo que cuando todos en particular, nos tomemos en serio la cuestión de la independencia y de la libertad, podremos hacer que esos conceptos dejen de ser una abstracción intelectual y se transformen en nuestra forma de vivir cotidiana, en una condición sine qua non para ser. Y estoy convencida, porque necesito estarlo, de que, como dice J.C. Baglieto en Carta de un león a otro –a propósito, una excelente reflexión sobre la libertad-: “CUÍDATE HERMANO, YO NO SÉ CUÁNDO, PERO ESE DÍA, VIENE LLEGANDO”.