Sin Red

Sin lugar a dudas la característica más elocuente del independiente es la de ser un equilibrista sin red. Solo y con una sombrilla de adorno, camina la delgada cuerda por la que ha elegido hacer su show. Su experiencia, pericia y un trozo de suerte en el bolsillo, serán las únicas que lo acompañen al otro extremo. Nadie lo obliga a subirse hasta lo alto del poste y arriesgarlo todo. Él lo elige.
El ser independiente sabe cuales sus dependencias indispensables, se aferra a ellas y las fortalece; y es entre ellas que tensa la cuerda del desafío. Todos somos espectadores, incluso él. A cada extremo están los que confían, arengan y sufren con cada susurro de viento que hace tambalear al equilibrista. Abajo, la ensalada humana se condimenta con las más variadas sensaciones. El morbo del que espera el golpe seco y la nube de polvo, la indiferencia del que sólo aguarda el engaño del guante blanco, el miedo de los que imploran la protección del látigo y la silla del domador y la admiración del que sabe disfruar de un espectáculo.
Sobre su minúscula peatonal, el equilibrista debe tener clara su meta y evitar la duda porque ésta transita en dirección contraria y en una cuerda floja nunca hay lugar para dos. Así es el camino de la independencia, no tiene banquina ni tiene barandas. Caer es un riesgo asumido y en algún momento todos caemos, todos de diferentes alturas y todos tardamos en sanar, pero sanamos. La virtud es volver al show.
Al fin; al llegar al otro extremo, luego de haber soportado el vértigo en las entrañas y el avatar de expectativas que como flechas cruzaron su camino, el ser independiente es más fuerte, más sabio. Mira por sobre su hombro y la cuerda ya es un puente. Por un instante se aferra a la seguridad de su conquista, sólo por un instante, ya que su espíritu lo empuja a emprender un nuevo desafío, en busca de conquistar dependencias que nos hagan totalmente independientes para elegir.